No recuerdo la primera vez que vi a Mario aunque creo que fue en 1958, en París, cuando yo tenía cuatro años y él veintidós. Mi padre trabajaba como director del Departamento de Educación de la Unesco, y vivíamos en un departamento en el barrio de Neuilly, junto con Marcos, mi hermano recién nacido. Fue André Coyné, amigo de mis padres, quien les dijo que había llegado a París un joven peruano “muy talentoso” y que “valía la pena conocerlo”.
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